miércoles, 26 de octubre de 2016

VERÓNICA

 
El esperado día había llegado. Las doce de la madrugada del 1 de noviembre de 2016, el día de Todos los Santos. El momento perfecto para una sesión de ouija, pensó Marcos. La desacertada idea no fue de él, sino de Arturo, su inseparable compañero de clase, y había surgido en la cafetería de la Facultad de Psicología de Valencia una mañana cualquiera que se habían saltado las clases por desgana. Como venía siendo habitual, incitado por la persuasión aplastante de Arturo.
  «Siempre consigue que hagas lo que él quiere. ¿Es que no te das cuenta?»
  Las palabras de Beatriz se pronunciaban en su cabeza una y otra vez, pero estaba equivocada. Él no se dejaba mangonear por nadie, y menos por Arturo. Si hacía algo era porque le apetecía. A lo único que se limitaba su amigo era a darle ese último empujón para tomar las decisiones. ¿Qué había de malo en ello? Además, mientras buscaba una caja de velas en el garaje de su casa, allí estaba ella, en el piso de arriba, esperando ansiosa a que subiera para preparar la sesión. ¿Quién se dejaba manipular entonces?