EL COMECARAS
Aquel día salió el sol entre los edificios, como siempre, pero para el comecaras (lo llamamos así a partir de esa tarde) marcó su vida como el fuego a la res de un ganadero.
Recuerdo que éramos pequeños, o quizá no tanto, casi
adolescentes, sí, eso es. En Valencia, cuando llegaban las Fallas, en los barrios
se desataban pequeñas guerras, con munición de verdad (en aquella época la
vendían en todos los kioscos, no hacía falta tener un bunker preventivo en la
trastienda), batallas que había que ganar, por el prestigio y toda esa tontería
que corría por nuestro ego territorial.
Aquella tarde nunca la olvidaría. Aún puedo ver al comecaras (un muchacho algo más mayor y al que solo conocía de vista) de pie en un patio, o puede que en el escaparate de
una tienda, ese detalle baila en mi memoria. Pero lo que sí conserva su frescura, y
que todavía me pone los pelos de punta, es lo que sucedió a continuación.