jueves, 31 de agosto de 2017

Esta noche de insomnio me he propuesto escribir un relato de terror de 1000 palabras aproximadamente, y éste ha sido el resultado. Espero que lo disfrutes.

LA DECISIÓN

   Cuando abrió los ojos se sintió desconcertado, como si un bate de beisbol hubiese golpeado con fuerza su nuca. Se hallaba tumbado sobre un suelo de piedras desportilladas que se le clavaban en la carne. Se incorporó con pesadez y, desorientado, paseó la mirada por las cuatro paredes de bloques de cemento que lo confinaban. Su corazón comenzó a latir con afán y el terror cobró vida en su estómago como si se hubiese tragado un nido de arañas.
  Aquella pequeña habitación no era muy amplia, y cuando golpeó con puño tembloroso sus muros pudo corroborar su extraordinaria solidez. No había ningún foco de luz, y sin embargo, el habitáculo permanecía iluminado por una tenue luz rojiza proveniente de ningún lugar, análogo a un cuarto de revelado de fotos.

miércoles, 19 de abril de 2017

EL COMECARAS
   
Aquel día salió el sol entre los edificios, como siempre, pero para el comecaras (lo llamamos así a partir de esa tarde) marcó su vida como el fuego a la res de un ganadero.
   Recuerdo que éramos pequeños, o quizá no tanto, casi adolescentes, sí, eso es. En Valencia, cuando llegaban las Fallas, en los barrios se desataban pequeñas guerras, con munición de verdad (en aquella época la vendían en todos los kioscos, no hacía falta tener un bunker preventivo en la trastienda), batallas que había que ganar, por el prestigio y toda esa tontería que corría por nuestro ego territorial.
   Aquella tarde nunca la olvidaría. Aún puedo ver al comecaras (un muchacho algo más mayor y al que solo conocía de vista) de pie en un patio, o puede que en el escaparate de una tienda, ese detalle baila en mi memoria. Pero lo que sí conserva su frescura, y que todavía me pone los pelos de punta, es lo que sucedió a continuación.

domingo, 19 de marzo de 2017

© Copyright, todos los derechos reservados.
ALICE 
          
  ¿Cuánto tiempo tarda la vejez en hacerte ver que tus días están contados? ¿En hacerte aceptar que lo que antes ascendía a una velocidad perezosa, ahora desciende peligrosa y vertiginosamente hacia el fin absoluto? ¿Que tu cuerpo, antes ágil y fibroso, se ha convertido en una masa de carne arrugada y descolgada, que incluso puede llegar a crear aversión en los demás?
  Bruce Compton hacía tiempo que había superado esa etapa. Era, por decirlo de algún modo, como si sintiese el suave roce de la horca sobre su piel desde el día en que murió Alice, su esposa. No le daba miedo pensar que algún día apretaría tanto el lazo que le sería imposible respirar, o que incluso le partiría el cuello con tanta facilidad como un cascanueces aplasta la cáscara de una nuez. Eso ahora era lo de menos. Tenía algo mucho más importante en lo que pensar. Algo que lo despertaba cada noche cubierto de un sudor pegajoso y entre alaridos de terror.
            Una pesadilla que se repetía día tras día desde la muerte de Alice.