Esta noche de insomnio me he propuesto escribir un relato de terror de 1000 palabras aproximadamente, y éste ha sido el resultado. Espero que lo disfrutes.
LA
DECISIÓN
Cuando abrió los ojos se sintió
desconcertado, como si un bate de beisbol hubiese golpeado con fuerza su nuca. Se
hallaba tumbado sobre un suelo de piedras desportilladas que se le clavaban en
la carne. Se incorporó con pesadez y, desorientado, paseó la mirada por las
cuatro paredes de bloques de cemento que lo confinaban. Su corazón comenzó a
latir con afán y el terror cobró vida en su estómago como si se hubiese tragado
un nido de arañas.
Aquella pequeña habitación no era
muy amplia, y cuando golpeó con puño tembloroso sus muros pudo corroborar su
extraordinaria solidez. No había ningún foco de luz, y sin embargo, el
habitáculo permanecía iluminado por una tenue luz rojiza proveniente de ningún
lugar, análogo a un cuarto de revelado de fotos.
La evidente pregunta no tardó en
aflorar en su mente: ¿dónde estaba?, lo que desembocó irremediablemente en
otras preguntas de mayor índole: ¿Había sido secuestrado? ¿Quién podría hacerle
algo así? ¿Qué querrían de él?
Él.
¿Quién era él? Aterrorizado,
intentó recordar su nombre, a qué se dedicaba, quién era en realidad. Sus
esfuerzos fueron en vano porque en su mente no halló más que vacío, como si
alguien hubiese pasado sus recuerdos por una trituradora. Asediado por la
desesperación, gritó pidiendo ayuda hasta que su voz se quebró, cargó con su
hombro contra los muros, buscó algún lugar por donde escapar, una grieta, lo
que fuera, porque ahora había caído en la cuenta: allí no había puertas, ni
ventanas. ¿Por dónde lo habían metido?, se preguntó tratando de contener las
lágrimas. Examinó el suelo de piedras con la esperanza de encontrar oculta una
trampilla. Palpó el terreno, cada centímetro, pero aquellas piedras parecían
estar soldadas unas con otras imposibilitando la existencia de una entrada
camuflada. Alzó la mirada al techo. De un simple vistazo pudo ver que era una
continuidad de los muros, exento de hendiduras de las que se pudiera intuir que
allí arriba había disimulada una entrada.
Dándose por vencido se sentó
abatido, y dominado por el terror, trató de comprender la naturaleza de aquella
prisión. Su intelecto no halló ninguna explicación, y entonces fue cuando sus
ojos se abrieron como platos al caer en la cuenta de que el único lugar donde
las cosas ocurren sin lógica alguna es en los sueños.
¡Claro! ¡Debía estar soñando!
Pensó que ahora que lo había
descubierto debía despertar, sin embargo no lo lograba. Se le ocurrió que quizá
debiera ser más contundente. Sin perder más tiempo se retorció la carne del
brazo hasta que el dolor fue insoportable. Gritó, y creyó que sería suficiente,
pero no despertó, no pudo. La desesperación, que hasta ahora había permanecido
agazapada en algún pliegue de su cerebro, cobró de nuevo protagonismo. ¿Y si
estaba equivocado? ¿Y si no era un sueño? Pensó en la contundencia, en la
auténtica contundencia, su última esperanza. Se levantó, corrió decidido hacia
el muro y estampó su cabeza en él. La punzada de dolor y la terrible campanada que
tañó en su cráneo lo dejó aturdido. Sintió un hilo de sangre correr por su
frente y, dando un par de pasos hacia atrás, se desplomó contra el suelo.
...
Cuando despertó y asimiló lo que
había ocurrido, se retorció de angustia al descubrir que seguía confinado entre
aquellas cuatro paredes, con la diferencia de que ahora tenía una brecha en su
frente. Sin embargo, algo había cambiado allí dentro, algo realmente
significativo, así que trató de recobrar la calma en la medida de lo posible.
Las miró con recelo, temiendo que
fuesen un espejismo.
En una de las paredes habían
aparecido tres puertas, de madera vieja, una de ellas estaba ennegrecida por la
humedad. Daban la sensación de palpitar como un corazón moribundo. Pero lo más
inquietante no eran las tres puertas, sino el letrero que había sobre cada una
de ellas. El primero rezaba asfixiado,
el segundo calcinado y el tercero desmembrado.
Esbozó una sonrisa que pareció
más una triste mueca. Ahora lo entendía, como no, aquello debía de ser una
broma, una broma de muy mal gusto. Alguien las debió poner allí mientras estaba
inconsciente. Al parecer, el propósito era averiguar qué tipo de muerte preferiría.
Bien, mientras no hubiese peligro y mientras lo sacasen de allí, no le
importaba jugar.
Sopesó las tres opciones con aire
pensativo. Aunque no recordaba quién era, un terror irracional pululaba por su
mente a morir asfixiado. No sabía por qué, pero pensar en la falta de aire en
sus pulmones le produjo un escalofrío. En cuanto a morir desmembrado, supuso
que el dolor debía de ser intolerable, además del tiempo que pasaría hasta
desangrarse. Por último, consideró morir calcinado. No sabía cómo, pero había
oído que morir envuelto en llamas no era tan terrible como aparentaba. Te
invadía un dolor intenso, pero solo hasta que las terminaciones nerviosas se
abrasaban. A partir de ahí, el dolor desaparecía.
Se acarició la barbilla en
actitud reflexiva. Sí, sin duda creyó que ésa sería la mejor opción, por lo que
supuso que solo quedaba cruzar esa puerta y todo acabaría al fin. Incluso
podría ser un programa de televisión, pensó. Después de cruzar la puerta, todo
serían risas y felicitaciones.
No dudó. Avanzó hacia la puerta calcinado, giró el pomo y la abrió.
Algo tiró de él con una fuerza
sobrenatural. Al otro lado, un mar de llamas le esperaba ansiando su carne, sus
huesos. La primera oleada de dolor fue indescriptible. Consiguió gritar, pero
las llamas se introducían por su boca abrasando sus entrañas. Se retorció en el
aire, y puede que las terminaciones nerviosas se calcinaran, pero el
insoportable dolor seguía allí, bombardeando su cerebro, que tampoco llegaba
nunca a consumirse. La piel se despegó de su cuerpo, su carne se cocinó e
incluso pudo llegar a oler el hedor a carne chamuscada. Sin embargo, sus pensamientos
se resistían a abandonarle. Si ése era su destino, quería morir, morir ya,
dejar de sufrir, por lo más sagrado. Pero la muerte no llegaba. Sintió cómo le
ardían los intestinos, cómo se evaporaba su sangre. Y de pronto, los recuerdos
acudieron sin más. Evocó aquel edificio de veinte plantas, acceder a los
sótanos furtivamente y ocultar una mochila repleta de explosivos. Los recuerdos
eran tan nítidos que hasta dolían. Recordó cómo las balas atravesaron su pecho,
cuatro, cinco, no sabía el número exacto, pero sí que quemaban, y mucho.
Y entre llamas, lo que debía
haber durado apenas unos segundos, tuvo que soportar exactamente una hora.
Cuando se cumplió el tiempo,
apareció como por arte de magia en la misma prisión, los mismos muros, la misma
luz mortecina, y aquellas tres puertas, sublimes, aterradoras. Pero esta vez
los letreros habían cambiado. El primero rezaba despellejado, el segundo vaciado
y el tercero implosión.
Ahora ya sabía quién era, y sabía
lo que había hecho. Su grito reverberó en las cuatro paredes y se unió a una
repentina cacofonía de lamentos cuando comprendió lo que le esperaba por toda
la eternidad.
FIN
Interesante temática
ResponderEliminarGracias Jose!
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