EL DÍA DE TU MUERTE
El señor Carmona siempre era el último en abandonar la oficina. Era el
dueño absoluto de una lucrativa empresa de envases de plástico. En 1976, cuando
decidió invertir todo su capital en un negocio en auge, nunca habría llegado a imaginar
que a día de hoy, a sus cincuenta y cinco años, poseería una sociedad de más de
doscientos empleados y una facturación de millones de euros al año.
Ahora que la oficina estaba casi vacía (a excepción de Iván Otero, su secretario de confianza, que ultimaba el contrato con un gran cliente japonés frente al ordenador) el señor Carmona se reclinó sobre su silla giratoria y se aflojó el nudo de la corbata. Mientras jugueteaba con el bolígrafo