—No me gusta dormir solo.
—Vamos, todas las noches me dices lo mismo. ¿De qué tienes miedo?
Arturo dudó por un instante. Fijó la mirada en la ventana, por donde el sol
comenzaba su descenso en el horizonte.
—Ya te lo he dicho muchas veces. Me da miedo la oscuridad.
—¿Miedo a la oscuridad? Eso es cosa de niños. Opino que esa fase ya
deberías haberla superado hace ya mucho tiempo.
Arturo sonrió sin ganas.
—En la oscuridad hay cosas malas, ¿sabes?
—¿Qué cosas?
—No sé lo que son. Si te quedas a oscuras y en silencio puedes oírlas…
—Eso son tonterías. Imaginaciones tuyas.
—¡No! Puedes oír cómo se arrastran, en cualquier parte de la casa, como si
te buscaran. No quiero quedarme solo, lo digo en serio.
—¿Has pensado alguna vez que pueden haber ratas en tu casa?
Arturo se rascó la cabeza con la mirada perdida. ¿Qué estupidez era esa?
—No. No son ratas. Si hubiese ratas en mi casa lo sabría, ¿no crees? Esos
animales suelen dejar señales. Es algo peor, mucho peor. Lo sé, y también huele
mal cuando todo está a oscuras.
—Eso no me lo habías dicho nunca. ¿Qué tipo de olor?
—A basura, algo putrefacto, no sé explicártelo.
—Si te soy sincero, creo que estás demasiado sugestionado. ¿Por qué no te
dejas la luz encendida? Seguro que duermes mejor.
—¡Ya lo he intentado, pero se apaga sola! La enciendo y se apaga, la
enciendo otra vez, y se vuelve a apagar. ¿Por qué no te quedas conmigo esta
noche? Solo esta noche, por favor.
—Sabes de sobra que no puedo. Tengo que irme en unos minutos. Quiero que te
tranquilices. Todo va a ir bien.
Arturo de nuevo miró temeroso hacia la ventana. El sol se había convertido
en un pequeño disco naranja a punto de desaparecer.
—No, no va a ir bien. Lo presiento, es algo que tengo aferrado al pecho.
—Prueba con pastillas para dormir…
—No quiero tomar pastillas. Es antinatural.
—Algo tendrás que hacer.
—Lo sé.
—Espera, no quiero que salgas.
—Tengo que hacerlo.
—Esta vez te lo prohíbo terminantemente.
—Tienes que irte, ¿no es así? No puedes prohibirme nada. Son ellos o yo.
—Escucha, date un baño, relájate. Trata de dormirte rápido. Yo mañana volveré
de nuevo y juntos averiguaremos qué ocurre en tu casa.
—Sé que volverás, pero todo seguirá igual.
—El sol se oculta.
—Lo veo. Te acompaño a la salida.
—Hazme caso, por favor. Mañana será un día distinto, créeme.
—Yo creo que será un día igual a todos.
Arturo se levantó del sofá y caminó hacia la entrada. La penumbra se había
adueñado de las zonas menos iluminadas de la casa.
—Te prometo que mañana todo cambiará, tienes que hacerme caso. No salgas
esta noche, te lo ruego.
Arturo abrió la puerta. El descansillo ya había sido absorbido por la
oscuridad.
—Me gustaría creerte. Adiós.
Nadie cruzó el umbral, aun así, Arturo se despidió levantando ligeramente
su mano. Al cerrar la puerta se dio la vuelta frente al pasillo y escuchó en
una de las habitaciones un sonido extraño. Estaba convencido de que era algo
arrastrándose por el suelo. Desesperado, cogió su chaqueta de la percha y salió
de casa cerrando con llave.
***
Andrés aceleró el paso. Consultó la hora en el móvil. La 01:10. No es que
no tuviera permiso para llegar tan tarde a casa, pero sabía que su madre
permanecería despierta hasta que cruzase la puerta sano y salvo.
Mientras caminaba repasó mentalmente los frutos de la noche. Era jueves, y
el ambiente distaba mucho del que se alcanza en pleno fin de semana, pero al
menos había conocido a una chica de la que finalmente había conseguido su
número de teléfono.
Pasó junto a un contenedor repleto de bolsas de basura, y le recordó una
enorme boca glotona. Sonrió. Boca come-mierda.
Giró la esquina y avanzó por una calle de iluminación deficiente. ¿La
llamaría? Claro que sí. Si no lo hacía sería como aceptar su propio fracaso.
Además, la chica era bastante guapa y parecía estar interesada en él.
Mientras se adentraba en sus elucubraciones propias de un adolescente un
coche pasó junto a él, se subió a la acera y lo golpeó en las piernas. El
impacto no fue muy violento, pero sí lo suficiente para derribarlo y hacerlo
rodar por el suelo. El coche se detuvo y un hombre de mediana edad se bajó de
él. Corrió hacia Andrés, haciendo aspavientos con las manos:
—Dios mío, lo siento, lo siento, ¿estás bien?
Andrés sentía todo el cuerpo magullado. Se palpó la pierna, la zona
posterior de la rodilla. Ahí es donde le había golpeado el coche y el dolor era
más agudo.
—Creo que sí. ¿Pero qué hace? Se ha subido a la acera…
—De verdad que lo siento, no voy borracho, te lo aseguro. Volvía a casa de
trabajar. Soy enfermero, ¿sabes? Se cruzó un gato y traté de esquivarlo.
—Has podido matarme, joder.
El hombre se arrodilló junto a Andrés y le inspeccionó la pierna. Por la
forma de hacerlo, a Andrés le pareció que algo de enfermero debía de tener.
—Siento lo ocurrido, la verdad es que no te vi con tan poca luz en esta
calle. Mira, lo mejor será que te acerque al hospital a que te echen un
vistazo, por si acaso. Vengo de allí, está muy cerca.
Andrés asintió con la cabeza. La verdad es que la pierna le dolía bastante,
y como decía su madre, más valía prevenir que curar.
El hombre lo ayudó a incorporarse y a subir al coche en el asiento del
acompañante. Rodeó corriendo el vehículo, cerró la puerta y emprendió la
marcha. Las ruedas chirriaron.
—Lo lamento de veras, no sé cómo ha podido ocurrir. ¿Cómo te llamas,
muchacho?
—Andrés. Date prisa, por favor, me duele.
—Andrés. Bonito nombre. Yo soy Arturo. Llegaremos en unos minutos.
***
Andrés despertó. Se sentía aturdido, como si sufriese una resaca legendaria.
Sintió un dolor agudo en la pierna, entonces recordó. Aquel hombre lo había
atropellado, y había dicho que lo llevaría al hospital. ¿Lo habían anestesiado?
¿Tan grave era? No, espera. Trató de llamar a su madre para avisarla de lo
ocurrido, entonces ese hombre se abalanzó sobre él y le hizo algo.
La cabeza le estallaba. Abrió los ojos y parpadeó tratando de enfocar la
mirada, pero solo vio oscuridad. Un terror indescriptible se apoderó de él
cuando intentó tocarse la pierna herida y sintió sus brazos paralizados,
amarrados a algo, probablemente a la silla sobre la que estaba sentado. Trató
de gritar pidiendo ayuda, pero algo tapaba su boca. Y además, casi no le dejaba
respirar. Entonces escuchó la voz del hombre, lejana, como si estuviese en otra
habitación.
—¿Ya te has despertado? Intenta no ponerte nervioso, si no puede que te
ahogues. —Arturo hizo una pausa, como si tratase de elegir las palabras adecuadas.
—Oye, escucha. Siento haberte hecho esto, pero si te lo hubiera pedido no
habrías venido. ¿A que no?
Andrés se agitó en la silla tratando de liberarse, pero estaba bien atado,
tanto que finalmente desistió y escuchó lo que aquel demente le decía.
—Ya sé que no puedes contestarme, no te lo echo en cara. Entiéndeme. Esta
noche no quiero estar solo. No me gusta la oscuridad. Ya no me quedan amigos,
era necesario que hiciera esto. ¿Comprendes? No quiero estar solo, no de noche,
no…
Andrés intentó gritar de nuevo, ahogado por la oscuridad y el dolor, pero
solo logró emitir un mugido estrangulado.
—No, no es cierto. No es cierto que no me queden amigos, quiero decir.
Todos los días me visita… yo lo llamo Fran. Pero no puede quedarse por la
noche. ¿Sabes? En el fondo creo que él también tiene miedo a la oscuridad.
Quiere ayudarme, lo sé. Yo lo escucho, pero también sé que no puede hacer nada.
Pretende llegar al fondo del asunto, y yo le dejo que lo intente. Es un buen
hombre, sí, estoy seguro.
Andrés, mientras el desconocido hablaba, trató de balancearse para volcar
la silla. Alguien lo oiría. Estaba seguro de ello, porque si no… Lloró y el
horror lo invadió hasta provocarle ganas de vomitar. La maldita silla debía
estar anclada al suelo. Desesperado, se agitó con más fuerza, pero cuanta más
empleaba, más le costaba respirar. La voz alterada del hombre le hizo desistir.
—¡Espera, calla! ¿Lo oyes? ¿Oyes cómo se arrastran? Están ahí, lo huelo. No
te muevas, por favor, los atraerás.
Andrés, aterrado, escuchó. ¿Qué era? ¿Sus propios latidos del corazón? ¿Su
respiración defectuosa? Sudaba, hervía de terror. Estaba todo tan oscuro, como
la muerte. En esos momentos solo quiso estar en casa, con sus padres. A salvo.
***
En la madriguera de la oscuridad suele habitar el mal. Hay veces en que es
humano, y hay veces que no. Andrés supo la respuesta justo en el preciso
instante antes de morir.
En cuanto a Fran, como era de esperar, no faltó a su cita al día siguiente,
tal y como había prometido.
FIN
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