El horror comenzó en la avenida principal. La niña, de aspecto harapiento, caminaba erguida y segura de sí misma, y sin embargo sumida en un lago de oscuridad.
La primera mujer que se le acercó brindándole su ayuda comenzó al poco
tiempo a temblar, sus ojos palidecieron y cayó muerta al instante sobre la
acera. Un muchacho de aspecto desenfadado, seguido por la mirada estupefacta de
los viandantes, trató de socorrerla. Cuando estuvo a la distancia suficiente de
la niña sus rodillas se doblaron, su corazón se detuvo y se desplomó junto al
cadáver de la mujer.
La niña, impasible, continuaba su andadura. Sus pies descalzos esta vez se arrastraban por el asfalto. Un viento frío de mediados de otoño meció su cabello rubio y enmarañado. Un coche frenó con un chirrido frente a ella, y segundos más tarde se escuchó el sonido prolongado de la bocina, condenado a propagarse durante horas.