sábado, 31 de octubre de 2020

 


El horror comenzó en la avenida principal. La niña, de aspecto harapiento, caminaba erguida y segura de sí misma, y sin embargo sumida en un lago de oscuridad.

La primera mujer que se le acercó brindándole su ayuda comenzó al poco tiempo a temblar, sus ojos palidecieron y cayó muerta al instante sobre la acera. Un muchacho de aspecto desenfadado, seguido por la mirada estupefacta de los viandantes, trató de socorrerla. Cuando estuvo a la distancia suficiente de la niña sus rodillas se doblaron, su corazón se detuvo y se desplomó junto al cadáver de la mujer.

La niña, impasible, continuaba su andadura. Sus pies descalzos esta vez se arrastraban por el asfalto. Un viento frío de mediados de otoño meció su cabello rubio y enmarañado. Un coche frenó con un chirrido frente a ella, y segundos más tarde se escuchó el sonido prolongado de la bocina, condenado a propagarse durante horas.